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#GraphosCc #Tlx #Noticias #BarradeOpinión #Columna | La democracia en México a 25 años de la alternancia: entre la presión social y la madurez institucional Por Arthur Alexis Guyot C by #AIGCcTlx

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#GraphosCc #Tlx #Noticias #BarradeOpinión #ColumnaInvitada | La democracia en México a 25 años de la alternancia: entre la presión social y la madurez institucional



Para empezar esta colaboración quisiera parafrasear al gran constitucionalista Luigi Ferrajoli, quien dice que la verdadera democracia es constitucional y garantista: un sistema político donde el poder está limitado por normas jurídicas, y donde se protegen de manera efectiva los derechos fundamentales de todas las personas, incluyendo a las minorías. Siguiendo con esta idea, sólo agregaría que la democracia es un sistema que administra a las minorías y mayorías al paso del tiempo.


Hablar del sistema democrático en México implica mirar de frente nuestra historia contemporánea, con sus luces y sombras, para entender cómo hemos llegado hasta aquí. A 25 años de la alternancia política que llevó por primera vez al PAN a la presidencia de la República, en el año 2000, es imprescindible reflexionar sobre lo que ha significado ese hito, no solo en términos de partidos, sino del propio régimen político mexicano.


Durante más de siete décadas, el PRI fue el partido hegemónico que consolidó un régimen autoritario con fachada democrática.


 Un sistema que simulaba pluralismo mediante elecciones controladas, sin que se produjera un verdadero relevo en el ejercicio del poder. No obstante, la presión social acumulada durante décadas, fruto de la represión, los fraudes electorales, la desigualdad, y la falta de libertades, hizo evidente que el país necesitaba una transformación.


Los defensores de la democracia moderna en México entendieron que el cambio no podía venir únicamente desde las calles o desde las trincheras de la protesta social. La apertura debía pasar por las instituciones, y eso implicaba forzar al propio sistema a aceptar la lógica del pluralismo y de la competencia política.


 El pluralismo partidocrático que emergió en los años ochenta y noventa no fue perfecto, pero sí fue funcional como válvula de escape. Permitió canalizar la presión social de manera institucional, y allanó el camino para una transición “pacífica” del poder.


Y este proceso llego tardío a comparación de otros países que estaban saliendo de regímenes autoritarios, sobre todo de países de habla hispana como fue España, Chile, Cuba, etc.


Y aunque muchos entienden que este cambio se dio en el año 2000 cuando México vivió por fin su primer relevo presidencial sin la intervención del dedazo. Pero la realidad es que se tuvo que dar casi a marchas forzadas, derivado de sucesos históricos que fueron elevando la temperatura del tablero del poder político en el país. La elección-fraude del 88 es una cicatriz en la historia moderna de la democracia mexicana que tiene repercusiones hasta hoy en día, movimientos sociales y guerrillas que tomaron parte del sur del país, la muerte del entonces candidato a la presidencia Luis Donaldo Colosio y el abrumador aumento de los grupos de narcotráfico.


 Todo esto marco el fin de un grupo en el poder, o por lo menos de su evolución a otros espacios de toma de decisiones. Pero no cabe duda que la alternancia fue celebrada como el símbolo más evidente de que la democracia mexicana había llegado a su madurez. Sin embargo, el paso del tiempo nos obliga a matizar esa lectura.


Una cosa es el cambio de partido en el poder; otra, muy distinta, es la consolidación democrática. La democracia no garantiza, por sí misma, buenos gobiernos. No es una condición del éxito gubernamental. Es, ante todo, un mecanismo para administrar los desacuerdos, para dar voz a las mayorías sin aplastar a las minorías, y para asegurar la posibilidad de que el poder sea disputado pacíficamente en cada elección.


El problema es que en México hemos confundido democracia con eficacia, o con moralidad política. Y eso ha generado desilusión. Años después de la alternancia, muchos ciudadanos se sienten defraudados por un sistema que, aunque ya no está monopolizado por un solo partido, sigue sin responder a sus necesidades más apremiantes: seguridad, justicia, desarrollo y bienestar.


Hoy, a 25 años de aquel cambio histórico, enfrentamos nuevos desafíos. La polarización, el debilitamiento de los contrapesos institucionales, la concentración del poder, y el desprestigio de los órganos electorales, son señales preocupantes de que la democracia en México no está garantizada. La madurez democrática no se alcanza con una elección, sino con una cultura cívica sólida, instituciones fuertes e independientes, y una ciudadanía vigilante.


El riesgo más grande no es el autoritarismo abierto, sino la nostalgia por soluciones fáciles, la tentación de sacrificar libertades en nombre de la eficiencia, o el regreso a un poder centralizado que se presenta como el único capaz de resolver los problemas del país.


La alternancia fue un punto de inflexión, pero no el final del camino. Aún estamos construyendo una democracia que no solo permita votar, sino vivir con dignidad, con derechos garantizados y con gobiernos responsables. Para ello, debemos defender no solo el derecho a elegir, sino también el derecho a disentir, a criticar, y a exigir. La democracia, al final, es una tarea constante, no una conquista definitiva. Por Arthur Alexis Guyot C. By #AgenciaInformativaGraphosCcTlx 

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